A los nueve años Cris Pons se dio cuenta de que no se sentía exactamente igual que sus compañeros de clase. Mientras los chicos volteaban a ver a las chicas, él prefería mirar a los otros chicos. En una ocasión, mientras veía una película junto a un amigo, dos hombres aparecieron en escena. Decidió ignorar lo que sintió. En aquel entonces, en América, un pequeño pueblo de diez mil habitantes en la provincia de Buenos Aires, Argentina, a él todavía le quedaba un largo camino por delante para siquiera escuchar la palabra “homosexualidad”.
Su padre, por cuestiones de trabajo, fue transferido y se mudaron a la capital, a la Ciudad de Buenos Aires. Ahí descubrió que había otras formas de afecto más allá de las que había visto en su ciudad natal. No cambió su comportamiento ni sus sentimientos después de regresar a América, pero esto, lamentablemente, lo llevó a descubrir la existencia del bullying. Sus compañeros de clases le gritaban obscenidades por ser diferente.